El barón rampante

Italo Calvino

Siruela, 2014

El sello rupturista con el que se etiquetaron todas las creaciones del siglo XX se aprecia con claridad meridiana en el terreno literario. Con la impresión industrial, la novela se convirtió en producto de consumo de masas, lo que dio lugar a la publicación de manojos inabarcables de libros que apenas lograron sobrevivir a la década que los vio nacer. No es el caso de El barón rampante, reeditado ahora por Siruela junto a los otros dos títulos de la trilogía alegórica I nostri antenati: el vizconde demediado y El caballero inexistente.

La perenne actualidad de esta novela de Italo Calvino se explica –me disculpan el oxímoron- por la profunda superficialidad de su trama: el joven Cosimo Piovasco di Rondò, primogénito de una decadente -pero con ínfulas aristocráticas- familia italiana de finales del siglo XVIII resuelve desasirse del yugo social y, para ello, se encarama a los árboles con la intención de perseverar en su afán hasta el día del óbito. Los lectores han observado siempre en esta sugerente fabulación una reivindicación de la individualidad humana frente a las conductas preestablecidas, los clichés culturales y el pensamiento dominante. Podría aseverarse acaso que el barón Cosimo se perfila como una suerte de primer indignado literario, si bien la transgresión postulada por Calvino dista mucho de presentar perfiles revolucionarios: se trata, empero, de la transgresión calmada del intelectual escéptico vacunado contra toda clase de utopías.

El autor escribe la novela que nos ocupa -que es un desahogo- tras repostar en los surtidores del neorrealismo y con el fin de enterrar su pasado partisano. Calvino experimenta una profunda decepción ideológica tras la invasión de Hungría por la Unión Soviética y esto le obliga a colgar la hoz y el martillo en el perchero y a declarar su odio eterno a las ideologías. Gracias a El barón rampante, el italiano rompe con el comunismo filosoviético, su amor de juventud, para retornar, ligero de equipaje, a los principios que guiaron la educación de su infancia: laicidad, antifascismo y librepensamiento.

En el prólogo a la edición de 1965, incorporado por Siruela, es Calvino quien hace de exégeta de su propia obra y explica que la finalidad del libro coincide con la de la Alicia de Lewis Carroll, Gulliver o el Quijote. Acude, en consecuencia, a las fuentes del humorismo poético y fantástico de todas las épocas e hilvana una historia doble: la trama aparentemente infantil del niño subido a un árbol, por un lado, y la sesuda enseñanza filosófica individualista, por otro. El lector elige. En palabras del célebre escritor italiano: partiendo de un mundo que ya no existe, el autor retrocede a un mundo que no ha existido jamás pero que contiene los núcleos de lo que fue y de lo que habría podido ser. Nos enfrentamos a una alegoría de manual en la que lo epidérmico cuenta bien poco.

Todas las obras de Italo Calvino aspiran a dar cumplimiento a una misión pedagógica; como prueba de ello encontramos otro de sus títulos más famosos, Por qué leer los clásicos. Aun no tan abiertamente, esta finalidad moralizante se aprecia acaso insinuada en El barón rampante. Calvino pretende que el lector asuma una norma moral, la que sea, y que le preste juramento de fidelidad eterna. ¿Cuál es, pues, la enseñanza del libro, aquélla que justifica su adquisición? La primera lección que podríamos sacar del libro es que la desobediencia cobra sentido solo cuando se convierte en una disciplina moral más rigurosa y ardua que aquella contra la que se rebela. En definitiva, valdría la pena volver a los clásicos, Calvino entre ellos, para recordar que no hay nada tan revolucionario como la adhesión inquebrantable a la norma moral. Se trata, pues, de un manual imprescindible para el intelectual subversivo, para el indignado ilustrado de una sociedad en la que la simple transgresión obscena ya no vale, pues se ha convertido, como sentencia Javier Gomá, en algo así como hacer topless en una playa nudista.

Italo Calvino nació en 1923 en Santiago de las Vegas (Cuba). A los dos años la familia regresó a Italia para instalarse en San Remo (Liguria). Publicó su primera novela animado por Cesare Pavese, quien le introdujo en la prestigiosa editorial Einaudi. Allí desempeñaría una importante labor como editor. De 1967 a 1980 vivió en París. Murió en 1985 en Siena, cerca de su casa de vacaciones, mientras escribía Seis propuestas para el próximo milenio.

*Publicado por la Editorial Siruela, 2014.