Mi nombre es nadie

Mi nombre es nadie

En el canto IX de la Odisea Ulises (Odiseus) cuenta sus aventuras con los Cicones, los Lotófagos y los Cíclopes. Prisionero en la cueva de Polifemo, urde la estratagema que empleará para salir de ella tras “haber clavado la estaca en el ojo del Cíclope cuando el dulce sueño le rindiese”.

Parte esencial de aquel ardid era confundir a Polifemo sobre la verdadera identidad de Ulises, a fin de evitar sus represalias: “Preguntas, Cíclope, cuál es mi nombre ilustre y voy a decírtelo pero dame el presente de hospitalidad que me has prometido. Mi nombre es Nadie; y Nadie me llaman mi madre, mi padre y mis compañeros todos”.

Tras ser herido en su único ojo, Polifemo, ya ciego del todo, dio “un fuerte y horrendo gemido y se puso a llamar con altos gritos a los Ciclopes que habitaban a su alrededor, dentro de cuevas, en los ventosos promontorios”. El resto de la escena, a la que acuden los compañeros de Polifemo, es bien conocido pero no me resisto a transcribirlo:

– “Por qué tan enojado, oh Polifemo, gritas de semejante modo en la divina noche, despertándonos a todos? ¿Acaso algún hombre se lleva tus ovejas mal de tu grado? ¿O, por ventura, te matan con engaño o con fuerza?”

-Respondióles desde la cueva el robusto Polifemo: ¡Oh, amigos! «Nadie» me mata con engaño, no con fuerza.

-Y ellos le contestaron con estas aladas palabras: Pues si nadie te hace fuerza, ya que estás solo, no es posible evitar la enfermedad que envía el gran Zeus, pero, ruega a tu padre, el soberano Poseidón”.

Muchos siglos después, cuando aún resuena en la literatura universal el eco de las carcajadas de Ulises (“y yo me reí en mi corazón de cómo mi nombre y mi excelente artificio les había engañado”) la civilización tecnológica contempla la irrefrenable tendencia en internet –por extensión, en todo el universo digital- a que cada uno de nosotros también se llame “nadie”. O más precisamente, a que cada “yo”, cada Ulises, o bien se denomine ante los demás de modo que no pueda ser identificado por su “nombre verdadero”, o bien se mantenga en el anonimato puro y duro.

La superposición de varias, incluso múltiples, identidades simultáneamente disponibles para cada persona es un fenómeno extraordinario y objeto de creciente atención, incluso por los poderes públicos. Como muestra, baste referirnos a un extenso documento publicado en abril de 2011 por una de las agencias de la Comisión Europea (la European Network and Information Security Agency, en acrónimo ENISA) bajo el título Managing multiples identities.

El interesante documento (“pesa” 1,1 MB y se puede leer en formato pdf en http://www.enisa.europa.eu/activities/identity-and-rust/library/deliverables/mami) afirma que hoy día “cada persona tiene la posibilidad de vivir múltiples vidas en paralelo, tanto en el mundo real como en el virtual”, observándose cómo, primero en el ámbito de las ofertas comerciales, pero inmediatamente en el resto, ambos mundos interactúan de modo que la noción de “identidad” adopta nuevos matices hasta entonces insospechados. La clave es ahora la geometría variable en la gestión de las “múltiples” identidades electrónicas que podemos desplegar desde la pantalla de nuestro ordenador. Incluso la trazabilidad de nuestras conexiones a partir de las direcciones electrónicas (las IP, dinámicas o estáticas) que se han asignado a cada uno de los ordenadores en el ámbito del sistema de nombres de dominio (DNS) puede no ser suficiente para descubrir la “verdadera” identidad de quien está detrás de ellas.

Los problemas que nacen de la existencia de nuevos ulises que aparecen en la red como “nadie” son muy numerosos y afectan a sectores clave de las relaciones sociales y económicas, por no hablar de las relaciones jurídicas y de los problemas de seguridad. El informe de la ENISA los conecta con otros muy próximos: “[…] issues related with this area include anonymity, pseudonymity, unlinkability and unobservability”. La lucha por mantener las identidades plurales, y aun ocultas, se convertirá en el caballo de batalla de los grupos más avanzados en la lucha por el anonimato, frente al intento de los poderes públicos –y no sólo de ellos- de desvelar la identidad “real” de cada internauta.

Una primera “capa” de identidades ficticias es usual en nuestra vida digital. Los nombres que utilizamos en facebook o twitter, aquellos con los que identificamos nuestras cuentas gmail o skype, con los que intervenimos en los blogs o nos relacionamos en los diferentes foros no suelen coincidir con nuestros nombres y apellidos “reales”. Este mismo artículo, y otros de ensilencio.es, aparecen firmados con un pseudónimo como resulta –o resultaba- frecuente en la literatura y en el periodismo. Hasta aquí no parece que se planteen graves problemas, pero la extensión del anonimato a otros ámbitos sí que los suscita.

La libertad de elegir nuevas identidades digitales puede incluso formar un bucle y devenir en una sola identidad virtual, a modo de una “nueva” persona (o avatar) con existencia meramente virtual. ¿Meramente virtual? Lo cierto es que las diferencias entre lo que denominábamos el mundo físico, real, y el mundo de internet se van reduciendo y difuminando: lo virtual es tan “real” como lo que hasta hace poco creíamos que era lo único “real”. La aparición del dinero “virtual” (los en estos días famosos bit-coins) tiene mucho más futuro del que parece, como sustitutivo del dinero físico. A fin de cuentas, a nuestros antepasados les hubiera resultado impensable que los títulos de la Deuda Pública que guardaban como oro en paño (los emigrados rusos de 1917 los llevaban consigo a París) se hayan transformado hoy en meras anotaciones electrónicas.

Internet y las redes sociales nos permiten algo que hace pocos años sólo en las novelas y películas de ciencia ficción (o en las ilusiones de cada cual) podíamos imaginar. Tenemos la oportunidad de vivir no ya una “doble vida” sino una múltiple y simultánea vida, de transformarnos en múltiples “yo”, cada uno con su propia identidad. Podemos disociar nuestra existencia en la red de la que corresponde a quien aparece en el DNI con su nombre y sus apellidos.

Dos de los capítulos del libro de Ben Hammersley “64 Things You Need to Know Now for Then: How to Face the Digital Future without Fear” cuya reseña se publica en esta misma página web atienden al fenómeno digital que describimos. En el capítulo 6 (“True Names”) Hammersley da cuenta de las implicaciones que supone el hecho de que “today almost every one on-line has a pseudonym representing a specific aspect of themselves”. Y en el capítulo 39 de su libro describe la formación de uno de los grupos (Anonymous) que más han dado que hablar en los últimos tiempos dentro de la red, como autores de acciones colectivas de incalculables consecuencias. La formación de este, y de otros similares, grupos o movimientos unterground no sería posible sin la admisión de las identidades múltiples, o lo que es lo mismo, sin la ocultación de la identidad “real” de sus componentes.

Si este fenómeno tiene obvias consecuencias positivas para la salvaguarda de la privacidad (y para otras finalidades no desdeñables, como la de facilitar la lucha contra los regímenes políticos dictatoriales o despóticos), a nadie se le oculta que puede tenerlas también indeseables. El mismo Hammerley se refiere al “efecto desinhibidor” del anonimato en la red, en cuya virtud un ciudadano normalmente educado se transforma en víbora de siete cabezas cuando expresa sus comentarios en ciertos blogs, empleando términos e invectivas que no se le ocurriría utilizar en su vida diaria. Efecto desinhibidor que liga a una “ley” expuesta por otro activista (y abogado) de la red, llamado Mike Godwin: según la ley de Godwin, a medida que una discusión on-line se prolonga, la probabilidad de que alguno de los intervinientes acaba por referirse a otro comparándolo con Hitler o con los nazis aumenta exponencialmente, hasta aproximarse a 1.

El anonimato, en fin, puede derivar en impunidad cuando a su amparo se cometan verdaderos delitos con consecuencias personales (injurias, calumnias, revelación de secretos, ente otros) o patrimoniales (estafas, sustracción de cuentas bancarias) muy graves, lo que desgraciadamente no es tan difícil en la red. De ahí que haya una legítima preocupación por asegurar, para estos casos límite, la trazabilidad de las comunicaciones electrónicas. El problema es encontrar una solución -nada evidente- que garantice los límites legítimos de la acción pública frente a lo que, más tarde o más temprano, se convertirá en uno de los derechos de la quinta o sexta generación (digital), el derecho a ser nadie en la red. El mismo que, siglos antes de internet, permitió a Ulises librarse de ser perseguido por los Cíclopes tras zafarse de Polifemo.

En el mismo canto IX de la Odisea, Ulises se presenta al rey Alcínoo, que le pregunta sobre sus viajes y desdichas, y le responde “¿Qué cosa relataré en primer término, cuál en último lugar, siendo tantos los infortunios que me enviaron los celestiales dioses? Lo primero, quiero deciros mi nombre para que lo sepáis, y en adelante, después que me haya librado del día cruel, sea yo vuestro huésped, a pesar de vivir en una casa que esta muy lejos. Soy Odiseo Laertíada, tan conocido de los hombres por mis astucias de toda clase; y mi gloria llega hasta el cielo”. Entre amigos, entre personas de su confianza, “Nadie” adquiere su verdadero rostro y no tiene ya necesidad de ocultar su nombre. Facebook, twitter y google estaban aún muy lejos.

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