Pensamientos

Blaise Pascal

Cátedra Ediciones

Abordar los «Pensamientos» de Pascal, tanto para aquel que decide leer el libro como para quien tiene la labor de reseñarlo, es una tarea compleja. Se compone de fragmentos póstumos sobre cuyo orden no hay unanimidad y se ordena muchas veces a gusto del editor de la obra. No estamos, por lo tanto, ante un libro sistemático, sino más bien ante un conjunto de ideas fragmentadas y dispersas en los que se resumen las inquietudes de toda una vida convulsa y marcada por la polémica. Michel Le Guern, uno de los más importantes analistas de la obra de Pascal, califica los «Pensamientos» no como una obra póstuma, sino con la sensacional idea de «los papeles de un muerto».

Quizás el hecho de que no se trate de un tratado ordenado y sistemático pueda echar para atrás a muchos potenciales lectores, que esperarían una estructura más ordenada y coherente. Pensados inicialmente como las anotaciones a una «Apología de la religión cristiana» que nunca llegó a ver la luz ni a estar terminada, lógicamente las cuestiones de tipo religioso y teológico ocupan una parte fundamental de las reflexiones de Pascal. Recordemos que la última fase de la vida de Pascal (desde 1646 hasta su fallecimiento en 1662, con tan solo 39 años) estuvo marcada por una creciente fe religiosa y ascetismo vital.

Conocido fundamentalmente por su obra matemática y física (donde desarrolla ideas como el «el principio de Pascal», «el teorema de Pascal» o «el triangulo de Pascal»), sin embargo a partir de 1946, Blaise Pascal una persona muy poco religiosa, entra en contacto con la herencia del obispo Cornelio Jansenio y con su principal obra teológica «Augustinus» nacida a partir de la polémica de la cristiandad durante el Concilio de Trento. El nuevo movimiento religioso, llamado «jansenismo», es rápidamente defendido por Pascal, en oposición a las tesis de los jesuitas. Los jansenistas se basaban fundamentalmente en tres ejes principales: la idea de que el estado original de gracia es el estado natural del hombre; la de que la «gracia eficaz» es la salvación del pecado y la ayuda de Dios a hacer el bien, «gracia eficaz» de la que algunos individuos poseen y otros no por mor de estar predestinados a ello; y la idea de la vida ascética como dedicación del hombre a Dios.

No obstante, y aunque la cuestión religiosa inunda todo el libro, Pascal también nos presenta reflexiones interesantes sobre cantidad de temas no necesariamente vinculados con la vida religiosa: la grandeza, el orden, la obediencia, la excelencia, el amor, la sumisión, el divertimento, la justicia, la miseria humana o la lógica; entre otras cuestiones.

Pascal desarrolla una filosofía que trata de buscar un equilibrio entre lo que entiende dos excesos en la discusión filosófica y que no es que sean exclusivos de su época sino que están presentes a lo largo de toda la historia de la filosofía occidental, desde los griegos hasta nuestros días: el exceso del sensualismo de las pasiones y el exceso de la fría racionalidad lógica. El autor lo señala de esta característica manera: «Dos excesos: excluir la razón y no admitir más que la razón». Frente a esos dos excesos, Pascal nos propone una filosofía en la que los pensamientos (para Pascal lo característico del hombre es que tiene pensamientos, esa es su «propiedad» esencial) se desarrollan a partir de la razón y del corazón. Frente a una razón insensible de los racionalistas convencionales, la «razón sensible». Frente a una emoción impulsiva de los hedonistas libertinos, un «corazón razonable».

Continuamente asaltado por los problemas propios de la fe, Pascal busca encontrar los límites de la razón humana, los lugares de sus paradojas e inconsistencias. «La fe», nos dice el francés, «dice lo que los sentidos no dicen, pero no lo contrario de lo que ven; está encima, no contra». A diferencia del «existencialismo cristiano» de Kierkegaard, el «fideísmo» pascaliano no es irracionalista, sino que opera en los márgenes del racionalismo, aquel que empieza ya a conocer los límites de la razón pura (límites que más adelante concretará, de forma mucho más sistemática, otro fideísta, el alemán Immanuel Kant). No obstante, ya en Pascal empezamos a ver como la cuestión de Dios y de la fe religiosa guarda mucha mayor relación con el ámbito del convencimiento y la experiencia de la fe que con la demostración racional o científica.

Uno de los pasajes mejor desarrollados y narrados de todo el libro es precisamente aquel que se conoce y ha pasado a la historia como «la apuesta de Pascal». En este fragmento, Pascal compara la cuestión de la fe religiosa en la existencia de Dios con un juego de azar, y tras un largo proceso concluye una cosa que hoy nos parece absolutamente chocante, pero que en el fondo está presente en muchos creyentes. La idea es la siguiente: incluso aunque la probabilidad de la existencia de Dios fuera realmente remota, y aunque nos lo jugásemos todo a esa posibilidad remota, el premio a conseguir en caso de que Dios exista (la gracia eterna) es tan grande y magnífica que merece la pena correr el riesgo de hacer la apuesta. Es preferible por lo tanto, según el autor, aceptar la posibilidad de que Dios no exista y habernos impuesto las trabas propias de la obediencia cristiana que no aceptar esa carga y arriesgarnos a una eternidad sin la gracia de Dios en caso de que éste exista efectivamente.

Quizás en pleno siglo XXI, lo contenido en «la apuesta de Pascal» nos pueda parecer absurdo o erróneo, y lo cierto es que hoy nadie tiene esos planteamientos ni dentro ni fuera de la Iglesia Católica. De hecho, autores como los ateos Richard Dawkins, Mario Bunge o George H. Smith, han dedicado pasajes de su obra a poner en cuestión el razonamiento matemático, científico o filosófico de la propia apuesta en los términos en que es planteada por Pascal. No obstante dichos cuestionamientos (a su vez también discutibles), no invalidan que estamos ante una obra presentada en el siglo XVII y su carácter verdaderamente revolucionario debe ser tomado en cuenta no en el vacío sino en el contexto intelectual en que se desarrolla, que nada tiene que ver con el nuestro.

Otro de los puntos interesantes del libro, ya abandonando las cuestiones estrictamente religiosas, es la fineza con la que Pascal analiza las relaciones entre la justicia, la fuerza y la obediencia. Nada mejor para comprobarlo que este fragmento:

«Es justo que lo que es justo sea obedecido; es necesario que lo que es más fuerte sea obedecido.

La justicia sin la fuerza es desobedecida, porque siempre hay malos. La fuerza sin la justicia es discutida. Hay pues, que poner juntas la justicia y la fuerza, y para ello hacer que lo que es justo sea fuerte o que lo que es fuerte sea justo.

La justicia está sujeta a discusión. La fuerza es fácilmente reconocible y no admite discusión. Por eso no se ha podido dar fuerza a la justicia, porque la fuerza ha contradicho a la justicia y ha dicho que era injusta, y ha dicho que era ella la que era justa.

Y así, al no poder hacer que lo que es justo fuese fuerte, se ha hecho que lo que es fuerte sea justo.»

Del mismo modo, en otro sublime fragmento que nos puede resultar de la mayor actualidad aunque fuese redactado hace casi 400 años, nos explica como se ha construido, en muy pocas líneas, la obligatoriedad de las leyes. Dice Pascal:

«Es peligroso decir al pueblo que las leyes no son justas, ya que sólo las obedece porque las cree justas. Por eso hay que decirle al mismo tiempo que hay que obedecerlas porque son leyes, como hay que obedecer a los superiores, no porque sean justos, sino porque son superiores. De esta suerte, toda sedición queda prevista, se puede hacer comprender esto, que es exactamente la definición de justicia.»

Nada puede llevar a hacer pensar que Pascal sea un revolucionario, ni un primer antecedente de las ideas propias de la llamada «desobediencia civil», sino más bien todo lo contrario dado el excesivo celo que tiene por la obediencia especialmente en las cuestiones de la fe cristiana. No obstante, en Pascal tenemos un importante reconocimiento de la naturaleza, en buena medida paradójica (y algunos dirían que incluso irracional), de la «obediencia debida» a superiores, leyes y soberanos.

En definitiva, es posible que estemos ante una obra que carece de sistema y de ordenación clara, una obra dispersa y basada más en grandes intuiciones que en argumentos elaborados al milímetro y al detalle. De lo que no cabe la menor duda es de que estamos ante un texto sublime que invita siempre a la reflexión, una obra que, pese a ser elaborada hace varios siglos, conserva todavía una importante dosis de actualidad. Sin duda, uno de los más agradables textos de filosofía que he leído.

*Publicado por Cátedra Ediciones, 1998